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domingo, 7 de febrero de 2021

El último beso

Fue una mañana de verano en la que, como tantas otras, decidí visitar las Bardenas Reales de Navarra, a escasos kilómetros de mi casa.

Era un día soleado de los que suelo evitar para hacer fotos, ya que me siento más cómodo con días nublados, en los que la luz tamizada por las nubes me permite aprovechar la jornada sin tener que evitar las horas de luz intensa y sombras duras. Pero ya que no había otra opción, intenté sacar partido de la situación.

Me centré en buscar texturas y detalles haciendo pruebas y más pruebas en distintos emplazamientos hasta que llegué a la llamada Balsa de Zapata. El descenso de nivel de la poca agua que habitualmente contiene había dejado a su alrededor un lecho de barro que al secarse al intenso sol dejaba cuarteada su superficie.

Recorrí entonces el perímetro de la balsa buscando alguna forma reconocible en el barro persiguiendo capturar alguna metáfora o pareidolia. Y fue entonces cuando la vi: las figuras de dos cabezas que cual amantes ante la muerte, agonizaban dándose un último beso de amor.


Evidentemente se trata de una imagen de nivel simbólico, y ya sabemos que en estos casos es muy determinante la subjetividad del autor, es decir, que algunas personas pueden ver otra cosa o incluso no ver nada (aparte de una foto de barro cuarteado). Todo depende del bagaje personal de cada uno, de su experiencia, estado de ánimo, gustos, la cultura a la que pertenece, formación, etc.

Podríamos decir también que se trata de una alegoría, en la que a través de las metáforas presentes hemos dado a las grietas visibles un significado totalmente diferente y reconocible: por un lado, la metáfora en la que el barro seco nos sugiere la agonía y la muerte, y por otro, aquella en la que las figuras reconocibles nos proponen en cambio una situación amorosa ante el dramático final.

Está presente igualmente la figura de la personificación o prosopopeya, en la que el agrietado del lodo ha dado forma a dos cabezas humanas en una actitud amorosa.

Y por otro lado la Pareidolia: “Fenómeno psicológico de percepción visual en el que el ojo y la mente se confabulan para encontrar semejanzas de la realidad entre estimulaciones casuales del entorno y el bagaje cultural que todos guardamos en nuestra memoria procedente de nuestra experiencia” (Fran Rubia), es decir, que nuestra mente trata de establecer una relación con algo reconocido ante un patrón más o menos abstracto, en este caso dos cabezas humanas entre un patrón fractal del barro agrietado.

    Tampoco hemos de olvidar que una de las posibilidades que nos brinda la fotografía es el poder contar historias, expresar sentimientos y transmitir mensajes con ella. En este ejemplo, y dado su marcado carácter simbólico, podríamos estar sugiriendo una denuncia medioambiental como consecuencia del calentamiento global: la superficie resquebrajada alude a la fragilidad de los ecosistemas y al carácter efímero del poder generador de vida del agua. O podríamos estar contando el momento final de una pareja de amantes, o el triunfo del amor ante situaciones adversas.

El entrenamiento y la experimentación, además de una buena formación, ha de permitirnos sacar provecho de lugares o situaciones sin un interés aparente. Como dice el maestro Juan Tapia, “estos lugares sin interés resultan muy inspiradores para trabajar la creatividad por medio de la experimentación, pues van a requerir de un esfuerzo extra del autor para poder sacar el máximo partido de ellos”. Supone un buen ejercicio plantearse realizar fotografías en algún entorno sin potencial, sacar toda nuestra artillería (objetivos, filtros, recursos narrativos, niveles de expresión, etc.) y probar todo tipo de técnicas para intentar conseguir algún resultado creativo interesante. Seguro que con la práctica continua el esfuerzo necesario será cada vez menor, al contrario de lo que ocurrirá con nuestra satisfacción personal.

O al menos, así lo veo yo.

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