Fue una mañana de verano en la que, como tantas otras, decidí visitar
las Bardenas Reales de Navarra, a escasos kilómetros de mi casa.
Era un día
soleado de los que suelo evitar para hacer fotos, ya que me siento más cómodo
con días nublados, en los que la luz tamizada por las nubes me permite
aprovechar la jornada sin tener que evitar las horas de luz intensa y sombras
duras. Pero ya que no había otra opción, intenté sacar partido de la situación.
Me centré en
buscar texturas y detalles haciendo pruebas y más pruebas en distintos
emplazamientos hasta que llegué a la llamada Balsa de Zapata. El descenso de
nivel de la poca agua que habitualmente contiene había dejado a su alrededor un
lecho de barro que al secarse al intenso sol dejaba cuarteada su superficie.
Recorrí
entonces el perímetro de la balsa buscando alguna forma reconocible en el barro
persiguiendo capturar alguna metáfora o pareidolia. Y fue entonces cuando la
vi: las figuras de dos cabezas que cual amantes ante la muerte, agonizaban
dándose un último beso de amor.
Evidentemente
se trata de una imagen de nivel simbólico, y ya sabemos que en estos casos es
muy determinante la subjetividad del autor, es decir, que algunas personas pueden
ver otra cosa o incluso no ver nada (aparte de una foto de barro cuarteado). Todo
depende del bagaje personal de cada uno, de su experiencia, estado de ánimo,
gustos, la cultura a la que pertenece, formación, etc.
Podríamos
decir también que se trata de una alegoría, en la que a través de las metáforas
presentes hemos dado a las grietas visibles un significado totalmente diferente
y reconocible: por un lado, la metáfora en la que el barro seco nos sugiere la agonía
y la muerte, y por otro, aquella en la que las figuras reconocibles nos
proponen en cambio una situación amorosa ante el dramático final.
Está presente
igualmente la figura de la personificación o prosopopeya, en la que el agrietado
del lodo ha dado forma a dos cabezas humanas en una actitud amorosa.
Y por otro
lado la Pareidolia: “Fenómeno psicológico de percepción visual en el que el ojo
y la mente se confabulan para encontrar semejanzas de la realidad entre
estimulaciones casuales del entorno y el bagaje cultural que todos guardamos en
nuestra memoria procedente de nuestra experiencia” (Fran Rubia), es decir, que
nuestra mente trata de establecer una relación con algo reconocido ante un
patrón más o menos abstracto, en este caso dos cabezas humanas entre un patrón
fractal del barro agrietado.
El
entrenamiento y la experimentación, además de una buena formación, ha de
permitirnos sacar provecho de lugares o situaciones sin un interés aparente. Como
dice el maestro Juan Tapia, “estos lugares sin interés resultan muy
inspiradores para trabajar la creatividad por medio de la experimentación, pues
van a requerir de un esfuerzo extra del autor para poder sacar el máximo partido
de ellos”. Supone un buen ejercicio plantearse realizar fotografías en algún
entorno sin potencial, sacar toda nuestra artillería (objetivos, filtros,
recursos narrativos, niveles de expresión, etc.) y probar todo tipo de técnicas
para intentar conseguir algún resultado creativo interesante. Seguro que con la
práctica continua el esfuerzo necesario será cada vez menor, al contrario de lo
que ocurrirá con nuestra satisfacción personal.
O al menos, así lo veo yo.
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