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sábado, 11 de abril de 2015

San Vicente de Munilla

Comienzo la excursión de hoy en la localidad de Munilla visitando los lugares más conocidos:
Su nevera, cubierta y recientemente restaurada en las afueras y que pese a su buen estado de conservación no es posible apreciar en detalle al estar cerradas y protegidas por sendas verjas las ventanas al exterior.


Como compensación, las vistas de Munilla que pueden verse desde aquí son las de un pueblo abigarrado en la ladera de la montaña.



Ya en el casco urbano puede visitarse su lavadero, también perfectamente restaurado, lugar que antaño cumplía una importante labor social como punto de reunión de las mujeres, que acudían a lavar la ropa y charlar de sus cosas.


Merece la pena visitar también su plaza, que en gran parte conserva el empedrado original tan propio de los pueblos antaño, y en cuyo centro se alza una bonita fuente de cuatro caños construida en 1.894 a expensas de uno de sus generosos vecinos.


Aprovechando que todavía es muy pronto, me decido a visitar el despoblado de San Vicente de Munilla.
Algo tienen los pueblos abandonados que nos seducen a casi todos. Será la nostalgia que nos produce pensar en la época en que se encontraban habitados, será el encanto de sus construcciones en ruinas, el trazado de sus calles cubiertas de maleza, o simplemente la sensación de paz que transmiten.
Sea lo que sea el hecho es que la dureza del medio y las escasas posibilidades de desarrollo hacen que las personas se trasladen a poblaciones más desarrolladas y poco a poco vayan quedando en el olvido.
En la zona de la riojana Munilla existen multitud de estos pueblos cada uno con su propio encanto: Las Ruedas de Enciso, La Escurquilla, San Vicente de Munilla, Antoñanzas, Garranzo, Valtrujal, y algunos más.
San Vicente de Munilla tiene además la peculiaridad de que no se encuentra totalmente deshabitado. En él ha habido siempre un más o menos numeroso grupo de "okupas", Se accede por una pista forestal en buen estado desde la propia Munilla tomando un desvío perfectamente señalizado a un par de kilómetros, y ya antes de llegar podemos ver una estela en el camino bastante significativa:


También podemos ver el sistema de cultivo de terrazas hoy ya abandonadas, que nos hace pensar en el ingente trabajo de aquellas gentes, y el skyline del propio pueblo:



Ya dentro del pueblo podemos ver las numerosas casas en ruina y sus detalles constructivos, a base de piedra y vigas de madera con sus calles cubiertas de hierba, aunque perfectamente transitables en su mayoría.



Llama la atención la plaza del pueblo, un amplio espacio rodeado de edificios hoy en ruina con una fuente de la que no deja de caer agua y que en el año 1.900 fue construida por voluntad del vecino D. Blas Pérez y su esposa según reza en la placa conmemorativa.


En uno de los lados de la plaza, los actuales habitantes (okupas, como ya he dicho) han elaborado un vistoso mural a base de mosaicos de loza y cristales, que dan algo de colorido al lugar.


Y cómo no, la iglesia que no falta en ninguno de nuestros pueblos por pequeño que éste sea, y que de forma irremediable se encuentra también totalmente en ruinas y de la que solamente queda en pie la torre del campanario, dando idea de lo que un día fue.
No ocurre lo mismo con la ermita que se encuentra a su sombra, que aunque cerrada, da la sensación de estar en buen estado.



Cuando ya abandono el pueblo para dirigirme al coche me aborda uno de los "vecinos"; un chico joven (de 26 años me dirá más adelante) que me pide ayuda para poner en marcha su coche averiado utilizando la batería del mío.
Una vez conseguidas las pinzas de rigor, y tras varios intentos conseguimos que el vehículo del muchacho arranque, sin que pueda disimular su satisfacción y siendo motivo para comenzar a entablar una interesante conversación.
Me cuenta que es de Madrid y que lleva dos años en el pueblo, donde ha arreglado la casa en la que vive y un cubierto en lo alto del pueblo en el que cría unas gallinas. El agua la traen con mangueras desde la fuente, y la luz la obtienen con placas solares. El chaval es un manitas y me cuenta las reparaciones que hace y lo mucho que está aprendiendo en el lugar ¿?. La verdad es que es muy educado y da gusto conversar con él de forma tan abierta. Hace un tiempo éramos 20, me dice; ahora solo quedamos siete, pero ha llegado a haber una numerosa colonia de hippies en el pueblo, que mantenemos libre de maleza. Hablamos de mis hijos, del trabajo, y de la libertad de su estilo de vida.
En fin, Noé (que así se llama), tengo que marcharme ya; si algún día vuelvo por aquí te haré una visita, me despido. Pues si vuelve, me dice, recuérdeme que le debo una docena de huevos de mis gallinas. Adiós. Adiós.